lunes, 26 de mayo de 2014

El viejo que había sufrido

-¡Habrá Fuegos y Pesares!-, dijo Josué con algarabía. Su amor calaba tan profundo su alma, y su estomago, que no sabía como coordinar las palabras exactas para expresar al confesor su pena. -¡Mi dolor es tan grande como el Apocalipsis, habrá fuegos y pesares por doquier! - profesaba Josué; mientras Luis, aquel viejo gaucho encerrado en los albores de la Modernidad luminosa de aquel barrio del Buenos Aires decimonónico, tenía el armado pasmódicamente entre sus dedos a la vez que acomodaba la bombilla en la yerba mojada del mate. -Ese dolor si que es profundo m´ijo querido- se compadeció el viejo de su joven nieto, mirando lagrimosamente el cielo como buscando consuelo y ayuda en el Tata que todo lo ve y todo lo sabe.-El dolor que se siente por una mujer cuando ella nos desprecia, cuando ella se va, es un fuego que arde en el interior de todo hombre en algún momento de la vida.- continuó Luis - Como el temor por verla regresar, y volver a perder. La distancia impuesta entre los amantes que no se aman es el peor de dolores. ¡Que doloroso! La verás, te mirará, y no se reconocerán. Se reirán y no se escucharán, ni entre ustedes, ni a ustedes. Y todo pasará. La olvidarás y en otros brazos descansarás. Pero recuerda siempre esto m´hijo- sentenció el gaucho atrapado en el cemento moderno de los barrios porteños- el hombre sabio, el hombre que todo lo busca y en todo se sorprende no abandona, ni olvida, los interrogantes de la distancia, del sufrimiento y la muerte. Sintiendo en corazón y alma que lo doloroso y el olvido no son más que ficciones vaya a saber de que intrépedio y olvidadizo demonio, recuerda a cada paso que, a la vez que de alguien se aleja, a alguien se acerca. Y sabe de antemano, que el gozoso momento entender y ser de entendido por todos, llegará.