lunes, 6 de abril de 2015

El problema es que encontramos momentos para lo sagrado en vez de hacer del momento algo sagrado.

miércoles, 1 de abril de 2015

Historia

Hay Historia y hay historias, pero también puede haber una Historia de esas historias. De esas historias mínimas, que la Historia, no habla. Esas historias que hacen, en definitiva, la Historia. Esas historias es importante rescatar, contar. La Historia debe contar esas historias. La del campesino pero también la del Rey. Pero, ¿qué de ellos? El problema no está en si contar la del campesino o la del Rey, está en contar la de ambos, de una manera distinta. Se la ha contado de la misma forma, a ambas, y nos hicieron creer que teníamos que elegir un sujeto. Y no. No es el sujeto, sino como se lo ve. Hemos visto al proletario y al Rey de la misma forma. Así la historia se presentó como tragedia y se nos repitió como farsa. Los vimos de la misma forma. Con dolor. Pero la Historia debe contar otras historias. La del oprimido, la del opresor y la de la humanidad que los une. ¿Cómo vivían ellos la Historia, sus historias? ¿Cómo sentía un siervo de la Francia de Carlomagno? ¿Cómo sentía un campesino en la navidad del 800? ¿Cómo sentía? ¿Como sentía el amor, el campesino? En la opresión, en la pobreza, en el siglo IX, ¿Cómo sentía? ¿Habrá sentido cosas en la panza? Un campesino del siglo IX ¿Qué sentía al tomar de la mano su madre? ¿A su amada? ¿A sus hijos? ¿Cómo odiaba ese hombre? ¿Esa mujer? ¿Odiaban de la misma forma? Suponemos demasiado, en la Historia. Lamentablemente, demasiado. Interpretamos, de una manera apriori, esas historias, esos sentires. Los concebimos como dados. Si falta una pregunta, falta una respuesta. Al interpretar el pasado, ponemos el presente. Le caemos a un campesino del siglo IX, con nuestra emotividad del siglo XXI. Para conocer, habrá que despojarse de uno mismo.