sábado, 30 de septiembre de 2017

Hace tiempo que siento como se me oprime el pecho y el estomago. No sé bien que es pero intento saber que lo causa. Es una angustia que me oprime, y me cierra la expresión. Me cuesta expresarme sin que se anude la garganta y la acción. Es un dolor que aflora de vez en cuando pero que mayoritariamente permanece latente, en estado de molestia continua. Trago y tengo un sensación liviana de alivio, fugaz. Retorna el malestar con el que cargo y con el cual ya me he identificado. Pero ahora veo. El dolor se torna de tal forma amigo de la impaciencia que aprenden a convivir. Uno se acostumbra a la pesadez. Pero de apoco, el ansia y el recuerdo fidedigno de libertad lo ponen en contraste para poder seguir hacia la felicidad y la alegría, entendidas estas como crecimiento y sanación.
Se manifiesta como angustia, principalmente, pero también enojo con uno mismo e incomodidad. Incomodidad. No poder respirar y estar tranquilo, confiado. Le pregunto al dolor: ¿qué quieres? ¿Desde qué evento en la vida surgiste y desde ahí solo te has afianzado y profundizado? ¿Desde cuándo? ¿Qué causa o interpretación te creó y qué creencia te mantuvo? ¿Qué comodidad que se tornó incómoda? Subes a la garganta.
Te acepto y envuelvo con amor y perdón. Gracias por estar aquí. Gracias por lo que me dices. Te acepto completamente. Íntegro en tu manifestación y presencia. Te brindo el lugar para que te expreses. Te acepto. En este espacio puedes ser.