Gerónimo, un octogenario de barba corta, blanca y mechada con la piel arrugada, vivía en un pueblito de la zona pampeana argentina. Poco pelo, ojos claros de ascendencia española y de madre testaruda, solía caminar por las mañanas por su pequeña finca acompañado de alguna rama fortachona que encontrara en el camino y soportara su peso y con algún animal de compañía, siendo a veces un perro o, cunado no, un corderito con el que se encariñaba y tomaba por aliado.
La finca era pequeña, pero acogedora. Una casa principal donde residía él y su también anciana compañera, dos casas aledañas donde residían familiares a la antigua usanza de compartir varias viviendas en un mismo territorio familiar, alambrados, cerdos, gallinas, pavos, algunas vacas y terneritos y una quinta donde cultivar lo que los animales no pudieran brindar. De fondo, la extensión llana de pasto punta, cardos, algún que otro eucalipto teñido por el crepúsculo solar y un molino que acusa el suave viento que la surca punta a punta en esos días primaverales.
Así, en esta finca y con estas labores, Gerónimo pasaba sus días. A la tarde, como de costumbre, su nieto lo visitaba para acompañarlo y jugar junto a ellos.
-¿cómo andas hoy pequeño travieso? - lo recibió sonriente Gerónimo a su nieto Emanuel
- bien abuelo, llegué hace rato de la escuela y quería venir rápido para acá - respondió Ema como recordando una deuda pendiente
- A si?, yo también ansiaba verte, aún no he tomado mi café con leche -
- No es tanto el hambre lo que me apuraba, sino...- quedandosé dubitativo sin terminar la frase.
Sospechando alguna demanda, pregunta Gerónimo - Sino... Emita? -
-eeeh, recuerdas lo que nos dijiste ayer abu? ¿lo del indio guardián y el templo lunar? -
- jaja - soltó la risa el abuelo - era eso, claro que lo recuerdo, las leyendas son hermosas narraciones de nuestro pueblo y esta particularmente, ha sido la gran herencia de mi padre. Él solía contarmelas cada noche, al dormir. Sospecho que los detalles solían variar de un día para otro - afirmó risueño el abuelo con un dejo de añoranza en su mirada evocando dulces momentos con su padre.
-¿vas a contarmela abuelo? - apuraba Ema
- Claro, podemos empezar, pero no hasta que hayas merendado.
....
Giacomina, amable abuela hija de los italianos que llegaron a poblar estas tierras en servicio de un estado nación que nunca retribuyó las glorias de su labor ante el desplazado indígena,
Es un comienzo. Me gusta. Deberías continuarlo, si es que lo sentís.
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